¿Cuál es el procedimiento a seguir?
El primer paso en este sentido, sería decidir qué queremos evaluar, y cuáles son los motivos que nos llevan a querer evaluar esos aspectos.
Una vez hayamos tomado estas decisiones, un gran número de posibilidades se abre ante nosotros a la hora de elegir el método que más se ajusta a nuestras necesidades / contexto.
Ya no se trata tanto de qué método utilicemos , si no de que ese método sea el más adecuado para nuestro propósito. De igual modo, es vital que exista un equilibrio suficiente entre las distintas formas de evaluación.
Con ello estaríamos garantizando que los distintos estilos de aprendizaje y las inteligencias múltiples presentes en nuestra clase, quedan convenientemente contempladas a la hora de llevar a cabo nuestro proceso evaluador.
Tomemos por ejemplo el hecho de que queramos saber si nuestros alumnos han memorizado correctamente una serie de palabras relacionadas con el tema que acabamos de termianr en nuestra clase.
Para ello, podríamos por ejemplo simplemente administrar una sencilla prueba escrita en la que los alumnos tuvieran que crear un listado de las palabras trabajadas, o identificarlas dentro de un grupo más heterogéneo.
En cualquier caso, lo que se está intentando valorar, es la capacidad memorística del alumnado, objetivo para el cual, se ha diseñado este tipo de prueba.
Si por el contrario lo que deseamos es saber hasta qué punto nuestros alumnos serían capaces de utilizar esas palabras en contexto, la prueba anterior, no nos sería de mucha ayuda, ya que estaría midiendo aspectos diferentes al que queremos valorar. Por ello, para este segundo caso, quizá deberíamos diseñar una actividad más “auténtica” del tipo “tarea grupal de resolución de problemas”, en la que los alumnos tengan que hacer uso activo de las palabras susceptibles de ser evaluadas.